Duelo desautorizado: el dolor de la pérdida en soledad

proceso de duelo Cuando aparece el sentimiento de pérdida como consecuencia de una muerte, separación, ruptura o cualquier otra circunstancia que lo provoca, la persona pasa por un proceso de duelo.

Durante este proceso, el sujeto tiene que gestionar emocionalmente la pérdida elaborando una serie de tareas:

• Aceptar la realidad de la pérdida
• Expresar y trabajar las emociones y el dolor de la pérdida
• Adaptarse a la nueva situación en ausencia de la persona o aquello que se ha perdido
• Recolocar emocionalmente a la persona o aquello que se ha perdido y encontrar de nuevo el sentido a la vida

Pero, ¿qué ocurre cuando la persona en duelo no puede expresar sus emociones y pensamientos, de manera que es silenciada en su profundo dolor? En estos casos hablamos de duelo desautorizado.

Se pasa por un duelo desautorizado cuando el sentimiento de pérdida no es reconocido por la sociedad. La persona doliente no es vista como tal, de manera que sus sentimientos, pensamientos, necesidad de consuelo y apoyo emocional son fuertemente reprimidos por su entorno. Un entorno que presupone que no le ha ocurrido nada que pueda llegar a provocarle sufrimiento o, en caso contrario, que tiene que recuperarse de la noche a la mañana… como por arte de magia.

La consecuencia de tener que acallar el sufrimiento que conlleva la pérdida es que aumenta la dificultad a la hora de elaborar el duelo, de manera que puede llegar a complicarse o hacerse patológico.

Ejemplos de duelos desautorizados

Como hemos comentado, siempre que se silencie o no se reconozca el dolor de una persona que tiene el sentimiento de pérdida hablaremos de duelo desautorizado. Sin embargo, hay una serie de situaciones en las que es mucho más frecuente que el sujeto viva este tipo de duelo. Algunas de éstas son:

Niños a los que se les muere una persona significativa (padre, madre, abuelo…). Muchas veces ni se les explica lo que ha ocurrido. Los adultos de su entorno creen que no necesitan saber, ni hablar, ni tan siquiera sentir la pérdida. Sin embargo, los niños necesitan una información clara sobre las causas y circunstancias de la muerte (adaptando siempre las explicaciones a su edad), poder plantear preguntas y tener respuestas, que se les facilite diferentes maneras de recordar a la persona fallecida, etc.

Personas que han roto con un amante. No se reconoce la relación rota porque el sujeto la ha mantenido en secreto o bien porque está mal vista, de manera que la persona doliente no recibe apoyo y tiene que sufrir su dolor en soledad. El sujeto puede llegar a tener pensamientos y sentimientos de pérdida muy fuertes que, si no son expresados y trabajados, se pueden volver obsesivos, interfiriendo en el proceso de duelo saludable.

• Mujeres que viven un aborto espontáneo y sus parejas. No se da identidad al hijo que ya no llegará a nacer o vivir aunque éste vivía y existía (dentro del útero materno). Al igual que ocurre en otras pérdidas, normalmente hay una gran necesidad de hablar de ella, pero los amigos y los miembros de la familia muchas veces no conocían el embarazo o, si sabían de éste, no se sienten cómodos hablando de esta experiencia. Su miedo al malestar y a la incomodidad no ayuda en nada a los padres y madres que han sufrido el aborto y necesitan apoyo emocional. De hecho, la pérdida está ahí y suele ser tremendamente dolorosa: se ha perdido a una persona, a un futuro hijo que se ha imaginado a través de sueños y esperanzas… y es necesario elaborar el duelo.

• Personas con discapacidad intelectual. Estas personas también pasan por un proceso de duelo cuando sufren una pérdida, pues son muy capaces de elaborar relaciones significativas con los demás y reaccionan ante las pérdidas con cambios emocionales (rabia, tristeza, ansiedad…) y de conducta (irritabilidad, hiperactividad, letargia…). Por lo tanto, se les tiene que facilitar apoyo. Así pues, por muy escasas que sean las oportunidades de comunicación, es importante hablarles sobre lo ocurrido y favorecer (en el grado en que ello sea posible) que también ellos se puedan expresar.

En futuros posts, profundizaremos en cada uno de estos casos de duelo para poder entender mejor la importancia de buscar y dar apoyo en estas circunstancias.

¿Cómo evitar que se produzca un duelo desautorizado?

La presión social puede llegar a ser muy intensa, de manera que no es fácil buscar apoyo cuando el entorno da por supuesto equivocadamente que la persona doliente no necesita, por ejemplo, expresar su dolor y tener un hombro en el que llorar.

En el caso de que estés pasando por un proceso de duelo y sientas que no puedes expresarte porque lo llevas en secreto, tu entorno te exige estar bien o bien silencian tu dolor para evitarse las situaciones ‘incómodas’, busca consuelo en aquella persona que crees que te puede comprender y que te va a escuchar, sin presionarte ni juzgar que estés mal en un momento en el que es natural estarlo.

Si consideras que no tienes esa figura de apoyo, busca ayuda profesional en un psicólogo que te guíe en la elaboración del duelo, evitando posibles complicaciones o la cronificación de éste.

Si no estás pasando por un duelo desautorizado pero piensas que alguien de tu entorno lo está sufriendo, un “¿cómo estás?” puede ser suficiente para que el sujeto doliente pueda empezar a expresar todo el sufrimiento reprimido, siempre y cuando estés dispuesto a escuchar activamente, consolar y ofrecer tu hombro cada vez que la otra persona lo necesite.

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La ira

Manejar la ira ¿A quién le gusta relacionarse con una persona que a menudo estalla con reacciones de ira? ¿Cómo se siente la persona que continuamente está atacando a los demás con actitudes agresivas? ¿La ira es controlable?

La ira es una emoción básica y universal que aparece cuando interpretamos que estamos siendo amenazados o frustrados ante un objetivo que queremos alcanzar. Es muy normal y humano enfurecerse en determinadas ocasiones.

Cuando sentimos ira, aumenta el ritmo cardíaco y respiratorio, se incrementan los niveles de adrenalina y se disparan muchas otras respuestas físicas que nos preparan para una respuesta muscular enérgica.

Y es que esta emoción que tiene tan mala fama forma parte de la «respuesta de ataque o huída” –respuesta fisiológica que se desencadena ante la percepción de que nos atacan- y, por lo tanto, nos puede ayudar a salir airosos de determinadas situaciones.

La ira sana

Aunque solemos hacer referencia a la ira como una emoción negativa porque la consideramos desde su vertiente más demoledora, en su justa medida y bajo control, es una emoción sana y beneficiosa tanto a corto como a largo plazo.

En concreto, la ira controlada es positiva porque nos pone en estado de alerta y nos prepara para luchar a la hora de alcanzar nuestros objetivos, ayudándonos a detectar los obstáculos que van apareciendo por el camino y resolver los problemas que pueden hacer peligrar la consecución de nuestras metas.

Por ejemplo, imaginemos al trabajador que está esperando un ascenso, seguro de que se lo van a conceder porque se ha dejado el alma invirtiendo horas y esfuerzos en su labor… más que sus compañeros. Un día llega el jefe y le espeta que no se implica lo suficiente y que están pensando en ascender a otra persona: el hijo de la hermana del jefe, que no destaca precisamente por su grado de compromiso con la empresa.

El trabajador cree que su jefe está siendo muy injusto y empieza a sentirse rabioso y enfadado. Experimenta una ira que le ayuda a ponerse en estado de alerta, analizar qué es lo que ha ocurrido e ir al despacho del jefe a pedirle, asertivamente, que reconsidere su decisión exponiéndole toda una serie de argumentos bien fundamentados que hacen más probable su esperado ascenso.

La ira excesiva y descontrolada

Esta emoción se vuelve negativa y perjudicial solamente cuando se experimenta de manera demasiado intensa, excesiva o descontrolada. La persona que siente ira en este grado, queda dominada por ella, hasta el punto que le resulta muy difícil percibir qué es lo que realmente está sintiendo, pensar y analizar qué puede hacer ante la situación que está viviendo para buscar soluciones… se diría que la persona está ‘secuestrada’ por la ira.

En este estado, el individuo tiene comportamientos impulsivos descontrolados que pueden hacer peligrar aquello que más le importa: relaciones con amistades y familia, trabajo, etc.

Así, si tomamos de nuevo el ejemplo del trabajador, si éste experimenta un exceso de ira en forma de estallido, no va a medir ni sus actos ni sus palabras. Inmediatamente después de las palabras amenazantes de su jefe, explotará llegando a insultar y a amenazar a su superior con gestos violentos. Este comportamiento le pondrá en el punto de mira para un posible despido.

Por lo tanto, podemos deducir cómo la ira puede ser muy perjudicial a corto plazo y cómo puede provocar una gran infelicidad e insatisfacción si se mantiene en el tiempo y en distintos ámbitos de la vida del individuo.

Los pensamientos que desencadenan la ira

Cuando un sujeto tiene una reacción de ira excesiva ante una situación determinada, no es la situación en sí lo que le provoca esta emoción negativa y su comportamiento descontrolado, sino que es lo que se dice a sí mismo a través del pensamiento.

Dicho de otro modo, la ira aparece como consecuencia de nuestro diálogo interno, al igual que ocurre con todas las otras emociones.

En concreto, los pensamientos que anteceden a la respuesta de ira normalmente provienen de una de estas dos creencias irracionales:

1. “Ciertos actos son erróneos o malvados y las personas que realizan estos actos deberían     ser castigadas severamente y tener su merecido, pues son malvadas y viles”

Cuando el individuo tiende a interpretar determinadas situaciones a través de esta       creencia irracional, actúa criticando a los demás de forma agresiva y destructiva, clasifica a todo el mundo como “bueno” o “malo” y trata a los otros como sujetos despreciables y sin valor que merecen ser condenados por actos imperdonables.

2. “Es horrible que las cosas no salgan como a mí me gustaría que saliesen»

El sujeto que piensa a través de esta creencia irracional se enfada de manera desmedida ante cosas intrascendentes. Además, adopta una actitud intolerante y se vuelve inflexible ante los cambios. Por otra parte, aparecen quejas constantes sobre la vida, los demás, su suerte…

¿Cómo gestionar la ira?

Al contrario de lo que muchas personas piensan, la ira descontrolada se puede llegar a manejar exitosamente.

El entrenamiento en detección de pensamientos irracionales y substitución por pensamientos alternativos más realistas y positivos; la confección y uso de autoinstrucciones personalizadas; y el control de la ansiedad a través de diferentes herramientas terapéuticas, son algunas de las muchas técnicas que se pueden utilizar para frenar la ira desmedida y convertirla en una emoción que sea útil para el día a día.

Pero, ¿en qué consisten estas técnicas y cómo se aplican? La respuesta… ¡en próximos posts! 😉

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¿Sientes que no vales nada?

la vasija agrietadaHace mucho, mucho tiempo, un cargador de agua de la India tenía dos grandes vasijas que colgaban a los extremos de un palo que él llevaba encima de los hombros. Con esfuerzo, cada día recogía el agua en el arroyo para llevarla a casa de su patrón.

Una de las vasijas tenía varias grietas que le hacían perder parte de su contenido de manera que, cuando llegaba a su destino, solo conservaba la mitad del agua. La otra vasija, en cambio, era perfecta y conservaba todo el agua al final del largo camino a pie, desde el arroyo hasta la casa de su patrón.

Durante dos años completos esto fue así diariamente. Desde luego, la vasija perfecta estaba muy orgullosa de sus logros, pues funcionaba muy bien para los fines para los que fue creada. Pero la pobre vasija agrietada estaba muy avergonzada de su propia imperfección y se sentía miserable porque solo podía hacer la mitad de todo lo que se suponía que era su obligación.

Después de estos dos años pasando lo mismo a diario, la vasija agrietada se decidió a hablarle al aguador:

– Estoy avergonzada de mí misma y me quiero disculpar contigo…
– ¿Por qué? – le preguntó el aguador.
– Porque, debido a mis grietas, solo puedes entregar la mitad de mi carga y, por lo tanto, solo obtienes la mitad del valor que deberías recibir – contestó apesadumbrada la vasija agrietada.

El aguador le dijo compasivamente:

– Cuando regresemos a la casa del patrón quiero que veas las bellísimas flores que crecen a lo largo del camino, desde el arroyo hasta la casa.

Así lo hizo la vasija. Y, en efecto, vio muchísimas flores hermosas a lo largo del trayecto. Pero, de todos modos, se sintió apenada porque solo era capaz de llegar con la mitad del agua.

El aguador le dijo entonces:

– ¿Te diste cuenta de que las flores sólo crecen en tu lado del camino? Siempre he sabido de tus grietas y quise sacar el lado positivo de ello. Sembré semillas de flores a todo lo largo del camino por donde vas y todos los días las has regado con el agua que salía a través de tus grietas. Esto ha hecho posible que, durante estos dos años, haya podido recoger estas flores para decorar el altar de mi Maestro. Si no fueras exactamente como eres, con todas tus grietas, él no hubiera podido tener esta belleza en su altar.

Como le ocurre a la vasija agrietada, protagonista de este cuento hindú, en nuestras acciones diarias podemos llegar a compararnos con los demás de una manera (más o menos consciente) que nos perjudica: remarcamos solamente nuestros defectos y debilidades en nuestras acciones diarias y, en cambio, vemos a la gente que nos rodea como poseedores de virtudes, capacidades y habilidades que nosotros no tenemos.

De esta manera, nos desmerecemos a nosotros mismos, pues amplificamos nuestros aspectos negativos (lo que nosotros consideramos como tal). Sin darnos cuenta, esta actitud afecta nuestra autoestima muy negativamente.

En algunas ocasiones, nos sentimos mal hasta que aparecen otros individuos que sacan a la luz nuestro potencial, pues ven más allá de lo que nosotros podemos contemplar: tienen otras perspectivas que hacen que aquello que nosotros vemos como defectos, ellos sean capaces de percibirlo como fortalezas. Si nos fijamos, también nosotros podemos ver el lado positivo de nuestras debilidades.

En este sentido, es importante hacer un esfuerzo para cambiar nuestra actitud. Tenemos que buscar lo positivo en nosotros mismos (y también en los demás).

Dejemos de dar excesiva importancia a nuestros puntos débiles, luchemos para que no nos limiten en relación a aquello que es importante en nuestras vidas. Incluso, si es posible, intentemos sacarles el provecho que podamos para transformarlos en puntos fuertes o, como mínimo, en algo que nos dé cierto toque diferencial y que podamos llegar a valorar positivamente.

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Vacaciones de verano y ruptura de pareja

vacaciones y ruptura de pareja Al llegar septiembre muchas parejas entran en crisis y otras muchas rompen definitivamente. De hecho, las visitas al psicólogo para hacer terapia de pareja, así como las demandas de divorcio, se disparan durante ese mes.

¿Qué ocurre durante las vacaciones de verano? ¿Cómo puede ser que una época de disfrute acabe con una relación?

En realidad, las circunstancias que provocan que la relación se vaya desgastando se dan mucho antes de las vacaciones: falta de comunicación, desamor, situaciones traumáticas o estresantes en las que no se siente el apoyo del otro, etc. La época estival lo único que provoca es el aceleramiento de una ruptura que ya estaba anunciada desde hacía tiempo.

Y es que las parejas que rompen después de verano normalmente han estado dando la espalda a sus problemas de relación durante el resto del año. El miedo a afrontar estas dificultades, o la esperanza de que se solucionarán por arte de magia, hace que los miembros de la pareja eviten hablar de sus problemas cuando empiezan a aflorar y, de manera más o menos consciente, pongan grandes expectativas en las vacaciones creyendo que éstas, por sí solas, van a mejorar las cosas.

Piensan que el hecho de poder compartir más tiempo de ocio será la píldora para todas sus desavenencias. Sin embargo, acaba sucediendo lo contrario: los conflictos se hacen mucho más palpables, de manera que llega un punto en el que el deterioro de la relación de pareja se hace incuestionable y se plantea la ruptura o bien se decide luchar por ella acudiendo al psicólogo.

Otras parejas, aunque no llegan a estos límites, vuelven de las vacaciones ‘cansados’ el uno del otro. Se sienten desencantados, como si hubieran descubierto que la relación no era tan idílica como creían.

En cualquier caso, al empezar las vacaciones en pareja, se pueden tener en mente una serie de recomendaciones para que los días destinados a recargar energías, disfrutar y tener una convivencia satisfactoria cumplan las expectativas. Además, seguir estas pautas ayuda a reforzar la relación en lugar de debilitarla. Aquí las tenéis:

  • Procura abrir tu mente y estar dispuesto a negociar con tu pareja a la hora de decidir qué vais a hacer durante las vacaciones. Sé asertivo y expresa tus intereses respetando también los de tu pareja y llegando, de esta manera, a un entendimiento. Si, por ejemplo, tu pareja quiere emplear las vacaciones para descansar haciendo lo mínimo posible y tú quieres estar todos los días realizando actividades, es conveniente llegar a un término medio que respete ambos ritmos. No pierdas de vista el objetivo de las vacaciones: pasar un tiempo agradable y disfrutar con la pareja de buenos momentos. La finalidad no es comprobar quién tiene la razón en cada cosa que se habla.
  • Intenta no idealizar las vacaciones. Antes de que empiecen, ajusta tus expectativas de manera positiva pero realista. Toma consciencia de que pueden vivirse momentos muy satisfactorios y, por otro lado, pueden darse contratiempos con tu pareja que se pueden aprovechar como una oportunidad para aprender y, de esta manera, fortalecer la relación si se mantiene una buena actitud.
  • Si tenéis aficiones no compartidas, procurad destinar un tiempo a cultivarlas cada uno por su cuenta. La calidad del tiempo que estéis juntos es más importante que la cantidad. Si compartís mucho tiempo pero cada uno piensa lo que ha dejado de hacer por estar con el otro las 24 horas del día, vais a sentir que vuestra relación es una prisión que no os deja disfrutar plenamente de las vacaciones.
  • Siguiendo con la pauta anterior, procura dedicar parte de tu tiempo libre a otras áreas que tienen poca o ninguna relación con la pareja: amigos, familia de origen… Se trata de gestionar bien el tiempo para dedicarlo tanto a tu pareja como a todo aquello que es importante para ti.
  • Aprovecha para conversar tranquilamente sobre temas que os afectan como pareja y que no tratáis por falta de tiempo el resto del año. Para ello, a la vez que expresas tus necesidades y deseos, emplea la escucha activa para ponerte en el lugar del otro de manera empática y preocuparte también por su bienestar. A la hora de tomar decisiones la adaptación debe ser mutua.
  • Al volver de las vacaciones, recuerda también los momentos agradables y no solamente las desavenencias y situaciones problemáticas en el caso de que se hayan dado.

Para acabar, ten siempre muy presente que la relación de pareja debe cuidarse durante todo el año para que ésta resulte satisfactoria… estemos o no de vacaciones.

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Autoestima, divino tesoro

Autoestima

Se habla muchísimo sobre cómo aumentar la autoestima. Podemos leer pautas aquí y allá. Intentamos aplicarlas en nuestro día a día como si fueran la panacea para llegar a ser felices. Pero… ¿Te has preguntado alguna vez qué es la autoestima? ¿Autoestima y autoconcepto son lo mismo? ¿La autoestima está sujeta a condiciones?

Diferencia entre autoestima y autoconcepto

El autoconcepto es la manera que tiene la persona de describirse a sí misma. Se trata de las características con las que define su forma de ser, su imagen, la manera que tiene de ver el mundo, etc.

En cambio, la autoestima es la valoración subjetiva que el individuo hace de la información contenida en su autoconcepto, basada en determinados sentimientos y pensamientos.

Así pues, si el sujeto se siente satisfecho en relación a cómo se percibe y esta percepción le genera sentimientos positivos sobre su propia persona (se aprecia y quiere a sí mismo) afirmamos que tiene una sana autoestima. Si se valora negativamente, en relación a cómo se ve subjetivamente, de manera que se desprecia a sí mismo (no se quiere o se quiere poco), diremos que tiene una baja autoestima.

Esta evaluación que la persona hace de sí misma, y el hecho de que sea positiva o negativa, depende de los pensamientos, sentimientos, experiencias y sensaciones que haya tenido a lo largo de su vida.

Estas experiencias, sentimientos y pensamientos han ido creando un yo real (las cualidades, habilidades y defectos que el individuo percibe como reales de sí mismo) que se compara con un yo ideal (imagen interna que se ha creado el sujeto en relación a cómo le gustaría ser). La persona que tiene una baja autoestima, cuando compara su yo real con su yo ideal, percibe muchas diferencias, siente que no es lo que esperaba ser y que le falta mucho para llegar a serlo. En consecuencia, se siente incómoda e inadecuada.

Autoaceptación incondicional

Tener una alta autoestima no significa quererse solamente si uno se percibe como perfecto, siente que lo hace todo bien y tiene el afecto de todo el mundo. Si nos queremos solamente si se cumplen estas condiciones, ya no podemos hablar de autoestima porque este concepto implica una autoaceptación incondicional.

En concreto, tener una sana autoestima significa quererse a uno mismo bajo cualquier circunstancia, en los momentos buenos y malos, se perciba uno con más o menos defectos y virtudes. Por lo tanto, la persona con una alta autoestima será capaz de quererse a pesar de detectar determinados defectos, de la falta de aprobación de los demás o de no llegar a las metas que se ha marcado.

Y es que, como insistimos, el “me quiero porque soy perfecto y me adoran” no vale y seria indicativo, más que de una sana autoestima, de un estilo de personalidad narcisista.

En realidad, la persona con una óptima autoestima se conoce muy bien y tiene una imagen realista de sí misma. Es capaz de ver sus puntos fuertes o virtudes y también sus puntos débiles. A pesar de ser consciente de sus debilidades, o lo que ella considera defectos, no se siente mal por ello, sino que se valora a sí misma y se permite tener estos puntos débiles.

Sin embargo, no adopta la actitud de: “Yo soy así, tengo estos defectos y los demás que se aguanten porque no puedo o no quiero cambiar”. Por el contrario, su comportamiento va dirigido a querer mejorar activamente aquello que se pueda y aceptar las limitaciones reales, sacándoles su lado positivo cuando ello sea posible.

En cambio, el sujeto con una baja autoestima, ve más sus defectos que sus virtudes. De hecho, se percibe lleno de puntos débiles, los magnifica y no intenta modificar aquello que no le gusta porque se siente incapaz o cree que es imposible.

Por otra parte, el sujeto con una sana autoestima no deja que el valor que se da a sí mismo esté supeditado a recibir afecto y aprobación por parte de los demás. Es cierto que, como la mayoría de los mortales, se sentirá mejor si se siente querido y tiene la compañía y el apoyo de personas con las que pueda contar para compartir los buenos y los malos momentos. Pero no sentirá que necesita este apoyo, aprobación o afecto para sobrevivir.

Y es que no se trata de un “me quiero porque me quieren” o “me gusto porque gusto a los demás”, sino de un “me quiero y, por lo tanto, he creado el caldo de cultivo para que los demás me quieran y, si no es así, lo pasaré mal pero no me dejaré de valorar por ello”.

De hecho, la persona con una sana autoestima, como se acepta a sí misma, es capaz de expresar sus sentimientos y opiniones con seguridad, sin molestar a los demás y sin miedo al rechazo. Y es que utiliza un estilo comunicativo asertivo y no tiene dificultades a la hora de establecer y mantener relaciones sociales.

Por el contrario, la persona con una baja autoestima está demasiado pendiente de los demás, ya que busca constantemente su aprobación y reconocimiento, de manera que no expresa sus sentimientos, intereses y opiniones. Incluso, puede llegar a hacer ver que opina igual que los demás por miedo al rechazo o por percibir sus propias opiniones como carentes de valor.

Además, el individuo con la autoestima a prueba de balas se marca metas pero no se maltrata a sí mismo en el caso de no alcanzarlas. Simplemente, ejecuta sus proyectos de la mejor manera que sabe, intenta detectar los errores cometidos y aprender de éstos.

Es decir, es evidente que para preservar la autoestima es necesario sentirse mínimamente competente en algo. Pero la persona con alta autoestima, si no tiene éxito en un momento dado, y a diferencia del sujeto con baja autoestima, no se desprecia por ello.

La autoestima no es global ni estática

Aunque todos tendemos a valorarnos de una forma global, con frases del tipo: “no me gusta como soy” o “me siento una persona normal”, la autoestima consta de múltiples facetas.

Esto significa que se pueden tener diferentes valoraciones de uno mismo en las diferentes áreas de la vida (laboral, familiar, relación de pareja, amistades…). Así, por ejemplo, podemos encontrar a una persona que se valore mucho a sí misma en el ámbito familiar y laboral, pero que tenga una autoestima muy mermada dentro de la relación de pareja.

Esto implica que, para aumentar la autoestima, es importante saber qué características utilizamos para evaluarnos a nosotros mismos en los diferentes ámbitos de nuestra vida.

Por otra parte, es conveniente tener en cuenta que la autoestima se va modificando a lo largo de la vida, en función de las nuevas experiencias e interacciones sociales que se vayan teniendo y cómo la persona las va gestionando.

Así pues, si tienes una baja autoestima intenta trabajarla (por tu cuenta o acudiendo a un profesional) porque es un gran tesoro que nos ayuda a sentirnos mucho mejor con nosotros mismos y con los demás.

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