Lucía es madre un niño de dos años. Con demasiada frecuencia se ve a sí misma haciendo aquello que criticaba a los otros padres, antes de pasar por la experiencia de tener que educar a una personita: grita a su niño del alma, le riñe perdiendo los nervios, le somete a castigos desmesurados que no son adecuados para su edad…
Lucía se siente muy culpable, pues cree que no puede controlar sus emociones cuando su niño la pone, tal y como ella lo interpreta, a prueba. Cuando le grita, presa por la rabia porque el peque tiene una rabieta y llora y patalea desconsolado, se jura a sí misma que no lo volverá a hacer. Sin embargo, en la siguiente situación en la que su niño se porta mal, vuelve a gritarle.
Lucía quiere a su hijo con locura y estas vivencias hacen que no pueda evitar sentirse una mala madre.
En mi consulta me encuentro frecuentemente con este tipo de historias. Se trata de padres y madres que quieren muchísimo a sus hijos (hablamos de bebés y niños muy pequeños) pero no saben cómo cultivar la paciencia y la empatía que les permitiría gestionar mejor situaciones en las que sienten que están al límite de sus fuerzas.
Cuando sus bebés lloran sin cesar o sus niñitos tienen una pataleta o se portan mal, estos padres se ven atrapados por un tipo de diálogo interior (aquello que se dicen a sí mismos) que les lleva a tener emociones muy intensas de rabia, frustración e impotencia. Estas emociones acaban desembocando en gritos y gestos violentos que dan lugar a un profundo arrepentimiento.
Este diálogo interior puede basarse en pensamientos del tipo: “lo hace a propósito para sacarme de mis casillas”, “¿qué se ha creído esta niña?”, “¡ya está bien!¡que deje de llorar de una vez por todas!¡no puedo más!”, “tiene estas rabietas porque es muy malo… ¡no va a poder conmigo!”.
Si te sientes identificado/a con este tipo de pensamientos, te propongo que los cambies por estos otros:
• “Mi niño es muy pequeño para saber gestionar sus emociones. No para de llorar porque no entiende qué le pasa y es su manera de expresar que no está bien y que necesita ayuda y consuelo.”
• “Mi niña se ha enfadado y no sabe cómo controlar la rabia que está sintiendo. Por eso tiene esta pataleta. Ella no puede gestionar su rabia… yo sí puedo mantener bajo control mi enfado, puesto que soy un adulto.”
• “Si le grito o le pego, le estoy enseñando a reaccionar de la misma manera (gritando o pegando) ante la frustración. Tengo que enseñarle, a través de mi ejemplo, que gritar y pegar no es una opción.”
• “¿Cómo quiero que me recuerde mi hija cuando yo ya no esté en este mundo? ¿Quiero que me recuerde gritándole con expresión de rabia y rechazo? ¿O quiero que me recuerde como alguien que le quería de manera incondicional y que lo expresaba a través de la comprensión, la paciencia, el cariño y unos límites puestos desde el respeto?”
Si tienes en mente este tipo de pensamientos alternativos a los que te hacen gritar, seguro que vas a afrontar determinadas situaciones con más paciencia.
Si tu bebé llora, en lugar de gritarle, vas a ser capaz de decirle suavemente: “Llora si lo necesitas cariño… no sabes qué te pasa… mamá está aquí para darte consuelo.” En el caso de que tu hijo/a sea un poco más mayor y tenga una rabieta, te verás más capaz de aplicar estrategias mucho más constructivas que los gritos porque antes de hacerlo, te habrás puesto en su piel.
Además, a parte de gestionar mejor aquello que te dices a ti mismo en las situaciones en las que tu niño está fuera de control, intenta dejar de fustigarte con sentimientos de culpa. Es evidente que a nadie le gusta gritarle a un hijo y que, el hecho de hacerlo, no significa que lo quieras menos que otros padres que no lo hacen nunca. Se trata de buscar soluciones para cambiar de actitud.
En el caso de que estés sometido a un alto nivel de estrés o sientas que tienes algún tipo de problema psicológico (depresión, ansiedad, etc.) que te dificulta el control de tus emociones y de tu conducta, estas soluciones pasan por buscar ayuda profesional.
Pingback: Depresión y sentimiento de culpa | A mal tiempo buena psique