Estrenamos mes de enero y ya hemos construido en nuestra complicada mente una larga lista de buenos propósitos para cumplir.
Como cada año, al inicio de éste, sentimos que tenemos muchas ganas de perseguir nuestras metas. Además nos sentimos motivados y estamos seguros de que vamos a alcanzar nuestros objetivos con éxito.
Entonces, ¿cómo es que a medida que pasan los meses estos propósitos se van desvaneciendo y llega un momento en el que ni nos queremos acordar de ellos?
Lo que suele pasar es que ya el punto de partida a la hora de ponerse metas es erróneo. Normalmente nos marcamos unos objetivos que están muy mal definidos. En concreto, suelen ser poco realistas y poco precisos, lo que provoca que sea imposible llegar a alcanzarlos con éxito.
Dicho de otro modo, para marcarnos objetivos de manera efectiva, éstos tienen que ser realistas, concretos y alcanzables a corto plazo.
Para ponernos metas realistas, antes que nada debemos hacer un ejercicio de autoconocimiento. Se trata de tener muy claro cuáles son nuestras capacidades y limitaciones.
Aquello de “si quieres, puedes” que tanto gusta escuchar y decirse a uno mismo se tiene que coger con pinzas o, al menos, matizarlo para que sea realista: “si quieres y tienes las capacidades para llevarlo a cabo, puedes… ¡claro que puedes!”.
Además, tenemos que plantearnos si el logro de estos objetivos depende solamente de nosotros mismos o existen otros factores que pueden interferir.
Por lo que respecta a la conveniencia de establecerse siempre objetivos a corto plazo, este aspecto es importante para alimentar la motivación y sentir que estamos consiguiendo lo que queremos sin tener que esperar mucho tiempo.
Y es que nos encontramos inmersos en la cultura de la inmediatez: queremos gratificaciones de manera constante y que sean “ya mismo”. En este sentido, sentir la satisfacción que da el logro de un objetivo y que esta satisfacción no tarde en aparecer es aquello que nos anima a continuar hacia el próximo objetivo.
De hecho, si nos marcamos metas muy a largo plazo, al no conseguir resultados más o menos inmediatos, es mucho más probable que tiremos la toalla antes de alcanzarlas.
Por lo tanto, en el caso de que nuestro objetivo sea realista pero anticipemos que llegaremos a alcanzarlo a largo plazo y que por el camino es posible que nos desmotivemos, vale la pena dividirlo en pequeños objetivos que se puedan lograr más a corto plazo.
Por ejemplo, imaginemos que nos encanta la natación pero hace 5 años que no la practicamos. Nos apuntamos al gimnasio y nos marcamos el objetivo (a largo plazo… pues actualmente no estamos en forma) de ir a natación 3 veces por semana y hacer 80 piscinas. Para asegurarnos que lo lograremos, nos plantearemos ir 2 veces por semana y hacer 20 piscinas durante el primer mes (objetivo a corto plazo); ir tres veces por semana y hacer 30 piscinas durante el segundo mes, etc., hasta llegar a nuestra “meta final” tan motivados como el primer día gracias a haber logrado alcanzar los objetivos corto y medio plazo marcados.
Como punto y final, aprovecho para desearos un 2019 lleno de alegría, serenidad y una motivación inicial que se mantenga a lo largo de todo el año y el tiempo que haga falta para lograr vuestros tan preciados objetivos. 🙂