Cuando alguien a quien apreciamos necesita ayuda, intentamos tenderle la mano de manera incondicional. Muchas veces, para facilitar las cosas a la otra persona, evitándole el sufrimiento, se lo damos todo hecho.
Así, por ejemplo, encontramos a hijos que, transcurridos varios años tras la muerte de su padre, todavía ayudan a su madre (imaginemos que tiene 60 años y se puede valer por sí misma) llevando a cabo todas las tareas que hacía el difunto: ir al banco, llevarla a los sitios en coche, encargarse de toda la economía de la casa…
También conocemos casos de madres que hacen las tareas domésticas de la casa de su hija… y yerno. Llegan con la buena intención de ayudar a la pareja porque “ellos no tienen tiempo” y acaban haciendo todo: se encargan de los nietos, llenan la nevera después de hacerles la compra, ordenan el comedor repleto de trastos… Sólo quieren ayudar…
Esta manera de ayudar tan sobreprotectora no es sana y, de hecho, perjudica. El ayudar tomando las responsabilidades de la otra persona como propias lo que hace es incapacitarla, volverla dependiente. De esta manera, la persona receptora de la ayuda siente que no vale nada y que necesita a los demás para sobrevivir.
¿Cómo ayudar beneficiando?
La ayuda realmente útil es aquella que motiva al otro a ser autónomo en aquellas cosas en las está totalmente capacitado. La relación de ayuda sana es aquella que no crea dependencia, aquella que refleja un: “Confío en ti. Sé que lo puedes hacer tú solo, aunque me tendrás aquí siempre que quieras para darte soporte y acompañarte en este aprendizaje, hasta que lo puedas hacer tú mismo”.
Debemos ayudar al otro a aceptar sus propias responsabilidades. Si nos pide acompañamiento y consejo, evidentemente se los daremos, pero sin interferir, sin decidir por el otro. Toda persona tiene derecho a tomar sus propias decisiones libremente y esta es la manera de que sienta que es ella quien dirige su propia vida, madurando y autorealizándose.
El que la persona tenga sensaciones de logro es fundamental para su desarrollo y crecimiento personal. Y, si toma una decisión equivocada, cabe recordar que “todo error es un tesoro”, pues de éstos se aprende muchísimo: no nos sintamos mal por no haber insistido en que hiciera esto o aquello. No somos responsables de la vida de los demás (hablamos de adultos).
Así pues, dar soporte implica acompañar al otro solamente cuando nos lo pide o vemos que lo necesita, hasta que éste haya aprendido a “autosoportarse”. Esta actuación implica el tener que reprimir nuestro instinto de ocuparnos de cuidar del otro a toda costa, sin pararnos a reflexionar sobre aquello que realmente necesita y aquello que puede hacer por sí mismo.
Volviendo al ejemplo del hijo que quiere ayudar a su madre viuda, éste realmente no la ayudará si, tras un periodo en el que la madre recibe el consuelo necesario para superar el duelo, se lo continúa haciendo todo, compadeciéndola (con todo el amor y la buena intención del mundo) y haciendo que se vuelva dependiente e incapaz. Evidentemente, es necesario consolar al otro y liberarlo de parte del peso de las responsabilidades diarias en los primeros momentos del proceso de duelo. Sin embargo, transcurrido un tiempo prudencial, lo óptimo es que la persona doliente vaya adquiriendo nuevas responsabilidades. Así, si seguimos con el ejemplo, el hijo la acompañará al banco las primeras veces hasta que ella lo haga sola. También la acompañará a coger los transportes públicos para que aprenda a utilizarlos y no tenga que depender siempre de él, y le enseñará a llevar las cuentas de casa para que vea que no es tan complicado y que ella, si quiere, puede hacerlo. Esto es sólo un ejemplo que se puede extrapolar a cualquier tipo de situación en la que una persona ofrece su ayuda a otra.
Cuando nos damos cuenta de que la persona a la que queremos ayudar está aprendiendo a autoayudarse y está solucionando por sí misma sus cosas, la podemos continuar acompañando si ella quiere, yendo detrás sin hacer ruido, animándola cuando necesite un respaldo y valorándole positivamente los progresos conseguidos.
En definitiva: ¡Ayudarás mucho más si apoyas y guías a la otra persona que si la sobreproteges, diriges, controlas y asumes el mando de sus cosas! 🙂
Me encanta, me sirven de mucha ayuda tus publicaciones.
Muchas gracias, Charo. 🙂
Saludos