Los bebés interaccionan con las personas que los crían desde el nacimiento, a través de la comunicación preverbal. Este tipo de comunicación es fundamental para el desarrollo óptimo del niño, ya que constituye el punto de partida en el aprendizaje del habla. Además, es básica a nivel emocional y afectivo.
Algunos ejemplos de este tipo de comunicación en la que no interviene el habla serían (hablaremos de la interacción madre-hijo para sintetizar, pero se podría substituir “madre” por “padre” o “madre y padre”, o por aquella/s persona/s que creen un vínculo primario con el bebé… lo matizo para que los padres que tanto quieren a sus bebés no se ofendan):
- Sensibilidad cenestésica, como forma de comunicación de la madre con su pequeño desde que éste nace. Es muy importante que el bebé pueda percibir frecuentemente el tono de la madre en contacto con su cuerpo (el tono muscular, cómo le late el corazón, la respiración…) y el hecho de que la madre le responda (sintonía emocional). Un dato que corrobora la importancia de este tipo de comunicación: los niños recién nacidos que están en contacto con su madre más tiempo lloran menos.
- Expresividad del bebé. Se da una reciprocidad entre las expresiones faciales afectivas de la madre y la respuesta del bebé a éstas, como consecuencia de sus capacidades perceptivas, visuales y auditivas, principalmente, y al vínculo afectivo que tiene con esta persona que lo cría.
- Ritmos neonatales, como pautas temporales que organizan la actividad del niño desde el nacimiento. Un tipo de ritmo neonatal serían los formatos de intervención en alternancia, en los que el bebé hace pausas esperando la atención afectiva y comunicativa de la madre. Es decir, espera su intervención en este diálogo preverbal. Por ejemplo, las pausas de los bebés durante sus movimientos agitados, para escuchar a la madre cuando ésta le habla afectivamente, serían formatos de intervención en alternancia. Estos formatos continuarán surgiendo en los meses posteriores. Por ejemplo, cuando la madre juegue con el bebé y ésta le dé un objeto con la finalidad de que lo introduzca en un recipiente, el bebé lo introducirá y, a continuación, esperará con la expectativa de que la madre le vuelva a dar el objeto para poder repetir la acción.
- Protodiálogos o protoconversaciones, como comunicación a partir del tercer mes. En este tipo de comunicación, la madre habla a su bebé i el bebé le responde con gestos, expresiones o, incluso, vocalizaciones (actos de significado). El adulto se dirige al bebé a través del motherese o CDS (child-directed speech: habla dirigida al pequeño), que es un tipo de habla caracterizada por un tono alto, un ritmo de enunciación más pausado (exagerando las pausas y enfatizando ciertas palabras), patrones de entonación más variables de lo habitual, etc. Existe la hipótesis de que este tipo de habla puede tener un papel en el mantenimiento de la atención del bebé hacia el lenguaje que oye facilitando, entre otras cosas, la segmentación del habla en unidades relevantes como palabras.
- Protoimperativos, a partir de los siete meses. El bebé pide a la persona, con la que se relaciona a través de la acción, que actúe de alguna manera. Es decir, se trata de un acto comunicativo en el que el niño muestra intencionalidad. Por ejemplo: la madre tapa un balón con un pañuelo y lo destapa con un movimiento rápido, el bebé ríe y le da a su madre el pañuelo, con una acción firme, con la intención de que vuelva a tapar el balón.
Los bebés tienen habilidades perceptivas del lenguaje que son extraordinarias
Si nos centramos en las habilidades de percepción del habla de los bebés, podemos afirmar que están muy bien equipados para percibir los sonidos de ésta desde momentos muy tempranos o, según algunos autores, ya desde el nacimiento.
Así, por ejemplo, un recién nacido prefiere la voz de la madre a una voz extraña. Además, se calma al escucharla y también es capaz de diferenciar muchos de los sonidos del habla. Incluso, algunos autores afirman que a los cuatro días el bebé ya es capaz de discernir la lengua materna de otra que no lo es, a partir de la percepción de la entonación característica de ésta (contorno prosódico del habla).
Ya cuando tiene uno/dos meses, el bebé sonríe cuando le hablan. De los tres a los siete meses, responde diferente en función de la entonación con la que se le hable (enojada, amorosa…). De los ocho a los doce meses, ya responde a su nombre, al “no” y reconoce algunas palabras, especialmente las relacionadas con las rutinas (por ejemplo, “adiós”).
Para acabar, dedicar este post, aunque no lo puedan leer, a estas pequeñas grandes personas que son… ¡los bebés! 🙂
Y por supuesto un niño no empieza a hablar de la nada: lleva meses oyendo las palabras sin saber decirlas, meses oyéndolas y entendiéndolas, y un día deciden que dicen una de ellas y además la colocan en un contexto correcto (a veces no pero normalmente, creo yo, cuando se atreven a decir algo es porque están más o menos seguros de para qué sirve), y así continuamente, pienso yo.
De pequeños, creo que nosotros mismos un día nos sorprendimos diciendo alguna palabra nueva pero que ya habíamos oído de tiempo atrás en conversaciones de los mayores. Pienso que «nos suenan» muchas cosas de mucho tiempo antes de empezar a hablar.
Quizás sea similar a cuando intentamos aprender un idioma ya parecido al nuestro habitual: entendemos muchas cosas mucho antes de que nos atrevamos o seamos capaces de decirlas nosotros. A base de leer y escuchar (y estudiar) un día nos damos cuenta de que ya no necesitamos volver a consultar el «dizionario» para saber que «sbagliato» significa «equivocado» y hasta somos capaces de colocar la palabra en frases cuotidianas sin temor (creo que cuando empecé a estudiar Italiano pensé algo así: será como los bebés, que oyen palabras tantas veces asociadas a hechos y circunstancias que acabaré un día diciéndolas yo mismo – con ayuda de un diccionario, en mi caso, claro).
podi-.
¡Tienes toda la razón, podi! Los niños, cuando empiezan a emitir sus primeras palabras, ya han hecho un proceso previo de percepción durante la etapa preverbal. Podríamos decir que las habilidades de percepción del habla van por delante de las habilidades de producción de ésta porque, entre otras cosas, el aparato fonador del bebé (necesario para la articulación del lenguaje) es inmaduro y todavía se tiene que desarrollar: la laringe tiene que cambiar de posición, los músculos tienen que coger fuerza, etc.
A diferencia de un adulto aprendiendo un nuevo idioma, el pequeño puede aprender más fácilmente a segmentar las palabras que escucha e identificarlas gracias al «bootstrapping fonoprosódico» que lo ayuda a adquirir sus primeros conocimientos léxicos, y que ha sido facilitado implícitamente por los padres ya des de que era un bebé (durante las protoconversaciones de las que hemos hablado) a partir del «motherese» que también hemos comentado. Al adulto que empieza a aprender un idioma, en cambio, le puede costar mucho entender qué dice la profesora de italiano, por ejemplo, porque ésta habla más rápido y no sabe cuándo empieza una palabra y cuándo acaba la otra… hasta que, como dices, llega un momento en que la comprensión es mucho más rápida gracias a haber integrado las reglas gramaticales y otros elementos con los que uno se va familiarizando.
Por cierto… «sbagliato»… ¡Qué precioso que es el italiano! ¡Música para los oídos!
¡Muchas gracias por tu comentario!
Saludos
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